La paradoja del asno de Buridán: un asno se encuentra frente a dos montones de heno, exactamente iguales y a la misma distancia. No es capaz de decidirse por ninguno de los dos y como consecuencia de su duda, se queda quieto, muriéndose de hambre. La paradoja consiste en que, pudiendo comer, no come porque no logra decidir qué montón es más conveniente.

Jean Buridan (1300 – 1358), comentador de Aristóteles y teólogo escolástico discípulo de Guillermo de Ockham, defensor del libre albedrío y de la posibilidad de ponderar toda decisión a través de la razón. Sus escritos se incluyeron en el Index Librorum Prohibitorum desde 1474 a 1481.

La paradoja se empleó para combatir el poder de la razón que defendía Jean Buridán: aunque en su obra no se encuentra referencia a ella (lo idearon sus detractores), sí es verdad que Aristóteles en «De caelo» se plantea la posibilidad de qué haría alguien si se encontrara a la misma distancia de la comida y la bebida.

Un campesino daba de comer a su asno todos los días, le colocaba enfrente dos montones de comida, y en cada uno ponía diferente cantidad de comida. Mientras eran montones distintos, el asno tenía clara la preferencia, el más grande. Pero el día que su dueño decidió hacerlos exactamente iguales, el burro no supo decidir, y de tanto elucubrar cuál era mejor que otro, se murió de inanición.

La libertad del hombre, su capacidad de raciocinio, ha sido puesta en entredicho a lo largo de la historia (en vez de una elección libre, todas las decisiones, lo que ocurre en el mundo, está determinado por una razón última, Dios).

La paradoja muestra que si no hay un motivo que dirija la decisión, unas preferencias frente a otras, no habrá acción.

La cuestión, independientemente de quién la escribió (Jean Buridán no habla en ningún escrito de dicha paradoja, y lo que se supone históricamente es que fue ideada por sus detractores contra el racionalismo excesivo) o cuándo se originara, la cuestión tratada es la dificultad en que nos sitúa el tomar decisiones basándonos en una razón impersonal que no tiene en cuenta la noción de valor (La afirmación de la negación: Melville y Nietzsche).

Aristóteles, en su obra De caelo: “…y el del que padece terriblemente de hambre y sed pero que dista lo mismo de los alimentos y de las bebidas: éste, en efecto, se dice que forzosamente permanecerá quieto”.

Al tomar una decisión, no nos basamos (al menos no únicamente), en una serie de argumentos equilibrados, ponderados mediante la razón. Elegimos algo determinado dirigidos básicamente según un valor previo, teniendo en cuenta si preferimos eso a otra cosa. Posteriormente vemos esas razones, lo que nos ha impulsado a nuestra elección, como algo razonable. No es cuestión únicamente de argumentos, razones, también debemos tener en cuenta lo que nos hace preferir algo a otra cosa.

Tener en cuenta una razón fría, desconectada de los valores, no lleva a ningún puerto, sino que nos deja en la inamovible indecisión. Algo que nos emociona, que nos atrae, obra más importancia, y es la libertad presupuesta para llevar a cambio cualquier acción. Tenemos la libertad de determinar el rumbo de las cosas, no estamos sometidos a un único modo de obrar, y además se resalta que de hacer esto, de no decidir por algo en vez de por otra cosa, podemos morir de inanición.

Tanto si nos dirigimos por una razón fría y basada solamente en «razones», (por tanto desconectada de los valores, lo preferible) como si nos guiamos impulsivamente por el «corazón» (y nos desconectamos de lo razonable, la capacidad de razonar), la decisión final que tomemos corre peligro. La razón y el corazón son necesarios (con-razón).

De la razón a la acción: argumentar razones, elegir unas frente a otras es necesario, pero a continuación se ha de pasar a la acción: es ahí cuando se prefieren unas argumentos frente a otros: las propias razones, se hacen propias las razones).

Contra el determinismo («las cosas son así y no se puede hacer nada»), existe la libertad, los motivos, las preferencias.